Este crimen conmovió a la sociedad habanera de la época, pues no se trataba de caídos en combates a kilómetros de distancia, eran jóvenes con escasa participación política. Pero sobre todo, resaltaba el odio con que se desarrollaron los acontecimientos; si en un primer momento parecía que se salvarían, un motín del Cuerpo de Voluntarios exigió sangre, cual bárbaros cegados de odio. Ocho jóvenes son condenados a muerte, incluyendo a tres escogidos al azar, símbolo máximo de la injusticia. El mayor no pasaba de los 20 y el más joven solo tenía 16 años.

A 151 años del crimen, su memoria sigue viva