La primera acción cívica encabezada por Rubén Martínez Villena se conoce históricamente como La Protesta de los Trece y marca el renacer de la conciencia nacional al vincular una generación de intelectuales con las luchas populares contra la corrupción reinante en la República mediatizada.
Ocurrió el 18 de marzo de 1923, durante el gobierno en Cuba del presidente Alfredo Zayas y Alfonso, gobernante caracterizado por la práctica del fraude y la corrupción, al cual se le ocurrió comprar casi en ruinas el Convento de Santa Clara de Asís a un precio exorbitante, con fondos del Estado, en un momento en que la economía cubana estaba en crisis.
El Estado cubano lo adquirió, según diversas fuentes de la época, en una cifra cercana a los tres millones de pesos. La compra pública registrada a empresarios particulares que habían obtenido la instalación fue de medio millón de pesos, cuando estaba en su apogeo la denominada “danza de los millones”.
El secretario de Hacienda como otros ministros se opuso a tal negociación porque pertenecían a los seguidores del intervencionista estadounidense general Enoch H. Crowder, y no pudo Zayas aprobar la transacción por ley. Pero, dispuesto a no dejar escapar tan lucrativa operación para su patrimonio personal, consiguió la firma de Erasmo Regüeiferos, secretario de Justicia.
Esta acción provocó el repudio popular, pues escondía uno de los tantos negocios corruptos comunes en el gobierno de Zayas, y un grupo juvenil, sin definición política ni rumbo ideológico todavía, decidió protestar públicamente.
Ese día de marzo iba a efectuarse un homenaje a la educadora uruguaya Paulina Luissi, y a esa ceremonia asistiría el Secretario de Justicia del gobierno, Regüeiferos, quien había refrendado el decreto presidencial adquiriendo el convento, y quien pronunciaría el discurso central del acto.
A media tarde los jóvenes penetraron en el paraninfo de la Academia de Ciencias, donde se efectuaba el acto, y cuando se anunció que hablaría Regüeiferos, Rubén Martínez Villena se puso de pie seguido por el grupo de amigos que le acompañaba y pronunció un tajante discurso para denunciar el turbio negocio en el que estaba implicado ese funcionario del gobierno.
El periódico «Heraldo de Cuba» reprodujo así las palabras de Martínez Villena: «Perdonen la presidencia y la distinguida concurrencia que aquí se halla que un grupo de jóvenes cubanos, amantes de esta noble fiesta de la intelectualidad, y que hemos concurrido a ella atraídos por los prestigios de la noble escritora a quien se ofrenda este acto, perdonen todos que nos retiremos. En este acto interviene el Doctor Erasmo Regüeiferos, que, olvidando su pasado y actuación, sin advertir el grave daño que causaría su gesto, ha firmado un decreto ilícito que encubre un negocio repelente y torpe».
«Perdónenos el señor ministro de Uruguay y su señora esposa. Perdónenos la ilustre escritora a quien con tanta justicia se tributa este homenaje. Protestamos contra el funcionario tachado por la opinión, y que ha preferido rendir una alta prueba de adhesión al amigo antes que defender los intereses nacionales. Sentimos mucho que el señor Regüeiferos se encuentre aquí. Por eso nos vemos obligados a protestar y retirarnos», agregó Villena tras salir del recinto acompañado de otros 12 jóvenes intelectuales.
Ante las palabras acusadoras fracasó el homenaje. Tras la Protesta de los Trece, como fue conocida luego, los jóvenes se dirigieron a la redacción del Periódico «Heraldo de Cuba», donde Villena redactó el Manifiesto de la Protesta en el aseguraba: «nos sentimos honrados y satisfechos por habernos tocado en suerte, iniciar un movimiento que patentiza una reacción contra aquellos gobernantes conculcadores, expoliadores, inmorales, que tienden con sus actos a realizar el envilecimiento de la Patria».
Dicho Manifiesto fue firmado por Rubén Martínez Villena, José Antonio Fernández de Castro y Abeillé, Calixto Masó y Vázquez, Félix Lizaso González, Alberto Lamar Schweyer, Francisco Ichaso y Macías, Luis Gómez Wangüemert, Juan Marinello Vidaurreta, José Zacarías Tallet, José Manuel Acosta y Bello, Primitivo Cordero y Leyva, Jorge Mañach y Robato y José Ramón García Pedrosa. No firmaron Ángel Lázaro, que por ser ciudadano español temió ser deportado, y Emilio Teuma, quien adujo que por ser masón y ser Regüeiferos Gran Maestro de esa asociación, no podía firmar pues quebrantaría uno de los principios de dicha institución fraternal.
El vínculo nacido de la Protesta dio origen a una entidad de vida efímera, pero no irrelevante, la Falange de Acción Cubana, que proclamaba la advocación martiana: “Juntarse: ésta es la palabra de orden” y a la cual se sumaron otros destacados intelectuales de la época. Desde entonces y dirigidos por Villena, se dedicaron a repudiar la corrupción administrativa y política del gobierno de Zayas y buscar nuevos derroteros de lucha cívica.
Poeta de encendido verbo, Villena convirtió en poesía su denuncia, al publicar en el Diario de la Marina su «Mensaje lírico civil»: «Hace falta una carga para matar bribones, para acabar la obra de las revoluciones; para vengar los muertos, que padecen ultraje, para limpiar la costra tenaz del coloniaje; para poder un día, con prestigio y razón, extirpar el Apéndice de la Constitución; para no hacer inútil, en humillante suerte, el esfuerzo y el hambre y la herida y la muerte; para que la República se mantenga de sí, para cumplir el sueño de mármol de Martí; para guardar la tierra, gloriosa de despojos, para salvar el templo del Amor y la Fe, para que nuestros hijos no mendiguen de hinojos la Patria que los padres nos ganaron de pie».