Va siendo marzo un mes de grandes acontecimientos. Primero, un Team Asere que vuelve a estremecer la Isla de punta a cabo, mientras la pasión beisbolera, a ratos desesperanzada, recobra la ilusión. Y casi sin salir de la euforia de estar entre los cuatro grandes del béisbol mundial, será este domingo otro de esos días para guardar en la historia. Mañana en las urnas el voto por quienes integrarán la X Legislatura de la Asamblea Nacional del Poder Popular significará, también, el respaldo a ese futuro próspero al que, contra viento y marea, no renunciamos.
Más de uno tendrá un noble déjà vu, acostumbrados como estamos a este ejercicio de democracia que escoge a los representantes del pueblo dentro del pueblo mismo —aunque desde otros lugares del mundo se empeñen en desacreditarla, intentando acomodarla en moldes prefabricados dizque “superiores”—. Hombres y mujeres para nada desconocidos si, más allá de fotos y autobiografías, se les ha visto por estos días desandar los barrios y entidades laborales para tomarle el pulso al sentir de esa gente que, por sobre todo, confía.
¿Y que es confiar en pleno siglo XXI, un tiempo de paradigmas rotos y descreimientos en todas las esquinas del mundo? ¿Cómo apostar nuestras vidas a la gestión de unos pocos “elegidos”? La respuesta es relativamente sencilla: esos elegidos son nuestros vecinos de siempre, con quienes compartimos penas y alegrías, a quienes pedimos el poquito de sal o les damos la última aspirina.
Fuimos nosotros los que, una vez preguntados, dijimos que creíamos en la honestidad, la valentía, las ganas de hacer y el amor por la obra colectiva de los propuestos. Nos reconocemos en ellos y creemos a pie juntillas que son, incluso, mejores. Han sobresalido en sus ámbitos por ser más trabajadores, más sagaces, más dados a los demás. No recibirán privilegios; ni siquiera un pago. Un diputado no es alguien que recibe, sino alguien que da.
En sus manos ponemos presente y futuro, y la misión de escucharnos en todo momento. Honrar las aspiraciones del pueblo, legislar en su beneficio, pedir cuentas y gobernar. Por eso un mejor país también se construye desde el genuino derecho que nos asiste a elegir, y elegir bien.
Que este domingo no sea una mera formalidad, porque al marcar la boleta se está haciendo algo más que rayar un papel. Que el voto unido no se quede en consigna vacía, sino, como dijera nuestro Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz, en febrero de 1993, pueda ser visto como “un acto de conciencia más que de disciplina”. Ello solo será posible en la medida en que seamos capaces de entender que, apenas dos líneas entrecruzadas en el papel, bastan para hacer valer el poder de todo un pueblo.
Cinco años atrás algunos avizoraban una ruptura en esa unidad sobre la que ha crecido la Revolución cubana, pero el tiempo se encargó de confirmar lo que aquí ya sabíamos: el camino sigue siendo de continuidad. Con esa convicción asistimos a un proceso de renovación del máximo órgano legislativo de la nación, con el único compromiso de seguir haciendo más por esta patria a la que le sobran desafíos.
Mañana que el voto sea por un futuro que tiene todo de presente, para continuar reafirmándonos en esa certeza de que mejor es posible. Votemos por nosotros, por nuestros hijos y por una Cuba que seguirá plantándole cara a los tiempos duros con la entereza de su gente.