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    Girón: las flores abiertas

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    17 de abril de 1961. Madrugada. Cuba duerme inquieta: hay olor a guerra en el aire. El día 15, una lluvia de muerte y tragedia cayó sobre varios aeropuertos del país. Los aviones piratas violaron el cielo de la Isla y dejaron tras de sí un rastro de dolor, plomo y sangre.

    tensa

    Ayer Fidel habló en la despedida de duelo. Declaró el estado de alerta y puso a la Revolución un apellido que los americanos seguramente no perdonarán: Socialista.

    Dicen que la invasión será cuestión de días. La gente no deja de comentarlo. Las Milicias y el Ejército Rebelde están movilizados. La brisa del mar, el aroma del salitre y el paso enfurecido de las olas, adivinan un desenlace violento: guerra civil, bombardeos, muerte…

    Muchos rezan, algunos lloran y otros —hombres y mujeres comunes— dicen que tomarán el fusil y devolverán al invasor el huracán de balas.

    17 de abril. Madrugada. Playa Girón. Los mercenarios están a punto de desembarcar en secreto, silenciosos, mientras abril comprende que ya no abrirá sus flores: la primavera acaba de volverse una corona fúnebre. Un gobierno espurio, nacido de la infamia, espera para instalarse en las arenas de Girón y Playa Larga, y, desde allí, pedir el apoyo de la Casa Blanca y la intervención de los marines yanquis.

    A media mañana las emisoras de Cuba anuncian la transmisión en cadena nacional. El país está siendo invadido por la costa sur de Matanzas. Las ondas del éter llevan a cada hogar el Comunicado No. Uno del Gobierno Revolucionario, firmado por Fidel, donde llama al pueblo a “contestar con hierro y fuego a los bárbaros que nos desprecian”.

    No hay tiempo que perder. “Guárdate tu oración, amigo viejo”, cantará el poeta. En las costas matanceras, cerca de la ciénaga, se cierne sobre los destinos de la patria la amenaza de que el nuevo orden social quede aplastado. De ser así, los ricos recuperarán sus privilegios y el pueblo volverá a la miseria de siempre.

    18 de abril. Nuevo Vedado, La Habana. Los teléfonos suenan una y otra vez en la sede del Estado Mayor de las fuerzas revolucionarias. El llamado Punto Uno, centro neurálgico de la resistencia a la invasión, recopila informes, redacta comunicados, envía órdenes y articula la labor de los militares, los milicianos y los agentes de la Policía.

    La Revolución camina por la cuerda floja. Un solo paso en falso y las armas del Norte desembarcarán por tercera vez en la patria. Y quizá ya no se vayan nunca. Y floten dos banderas donde basta con una… Pero, de cualquier forma, el baño de sangre será mayor.

    Entre mapas de la zona atacada y nubes de nicotina pasan las horas en el Punto Uno. El ritmo febril de los acontecimientos casi no deja espacio para el sueño. Fidel está convencido de que los mercenarios pueden ser derrotados, pero también entiende que la victoria estará abonada con el sacrificio de los suyos. Y ese será un precio inevitable.

    A cada rato llaman desde el central Australia, a pocos kilómetros de la batalla, y actualizan acerca del combate. “Muerte al invasor”, saluda el telefonista del central. “¡Venceremos!”, contestan desde el Punto Uno.

    19 de abril. Discusión acalorada. “Tú no, Fidel. Tú no vas”, la tropa reclama a su jefe que no monte en el tanque. Temen que en Girón se repita la fatídica escena de Dos Ríos, y el proyecto emancipador pierda una vez más su cabeza natural y respetada.

    “¡Yo sí voy, aquí mando yo!”, se les enfrenta Fidel. Habla a la soldadesca y a sus oficiales. Dice que, como líder de la Revolución, tiene derecho a pelear igual que los demás. La atmósfera se tensa, pero el Comandante en Jefe sigue empecinado. Finalmente, se sube al tercero de los tanques que combatirán a los mercenarios, replegados en Girón.

    19 de abril. Gritos de júbilo, abrazos, alivio. La invasión fue derrotada en solo tres días. Por primera vez una operación militar gestada —aunque desde las sombras— por Estados Unidos termina en un fracaso sonado y cantado. Cuba gana su derecho a existir.

    Aún queda trabajo para los próximos días. Los mercenarios siguen desperdigados por la costa sur. Abandonados a su suerte. Desmoralizados. Es preciso capturarlos y demostrar al mundo la implicación de Washington.

    Aquí está la Brigada 2506, ganadora de trompetillas y perdedora de combates. La brigada de cubanos que, en nombre del odio visceral, profanó con botas yanquis su propia tierra, y ya nunca será absuelta por la memoria colectiva. Pero la ignominia se convertirá en latas de compota, en dulce alimento infantil…

    El resto ya es historia: una de las más hermosas y desgarradoras lecciones de resistencia que pueblo alguno haya protagonizado. Allí sigue extendido, junto a la mar, el gran pecho de Girón, desnudo y puro, como recuerdo de la conjura atroz que casi nos cuesta la sonrisa.

    Por los caídos y los sobrevivientes, para los derrotados y los vencedores, ante la galaxia de balas enterradas en la arena, hoy y siempre abril sigue abriendo sus flores.

     

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