Los científicos casi se han puesto de acuerdo en algo tan difícil como marcar el momento en que la humanidad fundó la cultura. No hubo que esperar, como pudiéramos creer, a que Homero escribiese sus cantos ni a las pinturas barrocas o los primeros edificios de columnas enhiestas y ambiciosas de tocar el cielo.
Nos bastó con hablar con otros; nos bastó querer hallarle sentido a vivir sobre una estrella viajera que rota sobre su eje y alrededor del Sol (y no viceversa, Galileo), y con querer enseñarles a nuestros hijos aquello que aprendimos para que lo sepan nuestros nietos.
Algo tan básico y primitivo como el deseo de trascender nos hace humanos. Y eso mismo, cuando le pasa a un puñado de gente que comparte un pedazo de suelo, nos hace país.
Los países, como la gente, aprenden, sueñan, se hacen viejos. Los países, su gente, tienen a veces abuelos y abuelas comunes que les susurran al oído y van tapizando paredes con cuadros y guardando estampitas en el álbum familiar. Anécdotas e historias, frases que solo ellos entienden. Cumpleaños y fechas de celebración.
Los países también se ponen nostálgicos en los días invernales y, a lo mejor por eso, los 20 de octubre esta Isla tiene más sentimentalismos para abrir ese baúl de recuerdos que, ojalá por un día, no fuese metafórico.
Entonces, el almanaque nos anima. Y no decimos "estoy listo para todo", sino "este rifle tira cualquier cosa"; le enseñamos a la gente "dónde Pupy va a tocar" si nos molestan; hablamos de pelota o de economía como si fuéramos mánager o ministros; reconstruimos recetas de Nitza Villapol o de nuestras abuelas guajiras; y si nos elogian nuestro trabajo, respondemos con actitud de sabelotodo: "la técnica es la técnica".
Por supuesto que nuestra cultura es Cirilo Villaverde, Benny Moré, Perucho Figueredo sobre su corcel escribiendo la letra de una composición demasiado trepidante para ser religiosa, el congrí, el Focsa y hasta Carlos J. Finlay dedicando su vida a demostrar lo que ahora es verdad irrefutable: que el mosquito mata. Por supuesto que Cultura es todo el arte, toda la ciencia y todo el saber que hemos cultivado en tantos siglos de nación.
Pero es también la niña que aprende ballet con mallas improvisadas en una casa de cultura, el dibujo a crayolas de los concursos de la escuela, es la escuela misma, por no ir más lejos; es la décima campesina, los sofritos criollos y hasta decirle "mi amor" al vendedor de aguacates, a pesar de que, últimamente, los precios amenacen con matar al amor.
Cultura es la escarapela en el pecho de Martí, porque antes ondeó sobre el de Céspedes, y porque en su tejido apretado de cuentas de vidrio y tela de reina con mostacilla va el sentido de la unidad y, para más símbolo, la juventud de aquellas bayamesas que la obsequiaron al Padre de la Patria.
Cultura es el deseo de trascender, vivir y prosperar de un país entero, y hasta la manera en que nos "pasamos la mano" cuando todo eso está difícil. Es el deseo de que nuestros hijos, venga lo que venga en el futuro, puedan llamarse, con orgullo, cubanos. La Cultura no es lo que hay que salvar, es lo que salva.