Viéndolo jugar, viendo el empuje, la precisión del toque, la fortaleza en la pegada y ese asedio constante a la portería contraria, por estos días me he dado cuenta de que el hockey sobre césped, el que está al alcance de mis ojos ahora mismo, es un deporte para pícaros y eruditos.
Es de artistas, de maestros, pegarle a una bola más pequeña que la de béisbol, someterla, venga de donde venga, y llevarla al suelo con un bastón de entre 91 y 97 centímetros de largo y escaso ancho.
Y lo difícil Carlos Manuel Consuegra lo hace con facilidad. Aburre ese deporte, dirían quienes no han tenido el placer de aplaudir títulos y más títulos ganados por sucesivas generaciones de atletas que han aportado magma a El Volcán avileño, ese equipo de hockey que es difícil de apagar, porque desde que son pequeñitos no existe otra alternativa ni otra palabra ni otro libreto que no sea ganar, ganar y ganar… Y luto, lágrimas y descontento de solo escuchar la palabra perder.
Acumular 22 títulos juveniles en la rama masculina, 15 campeonatos de primera categoría, 8 en juegos escolares y 2 de primera categoría en la rama femenina constituye buena cosecha para la vitrina de cualquier deporte. Ciego de Ávila puede preciarse de tenerla.
De esa estirpe está hecho Carlos Manuel, un nombre más artístico que deportivo, que no atrae, quizás; no llama la atención ni suena a ritmo de lo deportivo, como son los casos de otros, digamos, Germán, Antonio, Braudilio, Omar, Daniel, Mijaín, Téofilo... Usted dice Catín y enseguida se levantan los bastones de Oriente a Occidente en señal de pleitesía, porque hoy por hoy es el mejor jugador de hockey de Cuba, en un momento donde muchos otros renombrados no están.
Hilario Yera Díaz, director del equipo nacional de esta disciplina, dijo que él aspira a ganar los Juegos Centroamericanos, como siempre lo han hecho, y en ese empeño Carlos Manuel es un puntal: «Llevará el peso de la selección cubana en sus hombros, con el trabajo que haga en la delantera, con el empuje, con no darse por vencido, por la técnica que tiene y por el olfato a gol».
Tanta razón tuvo el especialista que al último juego contra Santiago de Cuba volvió Catín, tras su esguince, golpeaduras en las piernas y un bastonazo ¿sin intención? en la cara, volvió a lucir en el partido final, en el que Ciego de Ávila le ganó (4-1) a los indómitos; volvió Carlos Manuel, nombre de hogar pero no de guerra; volvió y fue el mejor de un concierto coral en el que todos aportaron, pero nadie como él: 10 goles, más de la mitad de los que anotó su equipo.
Cuando entra a la cancha cree merecerlo todo, hasta el punto de que en el deporte de los bastones jorobados en la punta le colgaron el sobrenombre de El Matador. «Lo doy todo en el entrenamiento y me preparo con la misma intensidad de cuando llegué al equipo nacional con 18 años. Comencé en el deporte a los cinco, por embullo de mi hermano, Maikel Trizant. Tengo 27 años de edad y no me duelen ni los callos, aunque tengo las piernas y los brazos llenos de marcas, de golpes». En su vitrina atesora 14 títulos, entre escolares, juveniles y primera categoría, y la séptima corona seguida, acabada de ganar en el pasado torneo nacional recientemente concluido en Ciego de Ávila, la provincia de su vida.
Atesora, además, el del Campeonato Centroamericano de Barranquilla, Colombia, y el sexto lugar en los Juegos Panamericanos de Lima, Perú. Y en su cerebro conserva el mismo libreto que le inoculan a los hockistas avileños cuando llegan de principiantes: ganar, ganar, ganar. Por eso le interesan lo mismo los triunfos y los goles de un tope de confrontación que de una olimpíada.
Se autorretrata de cuerpo entero: «Tengo mis amigos dentro del hockey, pero cuando entro al terreno son 60 minutos de contrarios, como si no los conociera; cuando salgo vuelven a serlo y les doy el alma, el corazón, si pudiera».
Uno de sus contemporáneos, encarnizado rival y amigo —Miguel Aroche O’Farrill, portero de La Habana y del equipo Cuba—, lo dibuja: «Siempre lo ves en la pelea, al asedio constante; le dan con el bastón, tratan de neutralizarlo y ríe, como si se burlara del marcaje, los golpes y el contrario. En ocasiones, la emoción o el valor personal lo traicionan, digo yo, porque te suelta un disparate, y si puede, te da un ‘leve’ toque de advertencia con el bastón, pero lo que más me incomoda es cuando me dice: ‘Pastilla, hoy tengo dos goles pa ti’, y él cumple la profecía».