Una donación de pelotas y bates permitirá al proyecto Los Tigrecitos continuar fomentando el béisbol en edades tempranas, con los implementos correctos.
Podría pensarse que las glorias deportivas en Cuba se ganan ese calificativo solo con su actuación en los terrenos de juego, donde dejan sudor, talento y ganas a partes iguales. Pero hay grandes del deporte que, después de pelear medallas y éxitos colectivos e individuales, siguen empujando la actividad física allí donde estén.
Quizás porque le habría encantado ser uno de esos niños que ahora abren los ojos entusiasmados y sienten el olor de las pelotas nuevas, el estelar lanzador de Ciego de Ávila y los equipos Cuba, Gualberto Quesada, regresó de su participación en el cuerpo técnico de la selección nacional sub-23 con implementos deportivos que donó al proyecto Los Tigrecitos.
Él, que jugaba con una lata y un palo en su natal Primero de Enero, con una humildad de casi 90 millas que no busca las esquinas —sino va directo al corazón de los pequeñines, sus padres y entrenador—, dice que quien pueda aportar al desarrollo del béisbol desde edades tempranas debe hacerlo.
Buscando las palabras correctas frente a la cámara de la Televisión Avileña, el campeón mundial de Italia 1998 se encogió de hombros al decir “si tenemos la oportunidad, hay que hacerlo, aportar nuestro granito de arena, sin importar qué nos cueste”. Un granito de arena, insiste, un pequeño gesto que puede ser la primera piedra en la “ingeniería” de un campeón.
Los Tigrecitos son niños avileños de entre cinco y seis años, liderados por otro hombre de corazón grande, el profesor Diorge Miranda, convencido, porque lo ha estudiado hasta la saciedad, de que el béisbol, como otros tantos deportes, necesita impulsos desde el principio.
“Estas pelotas que recibimos hoy son las correctas para estas edades, pues son pelotas de goma, con el peso ideal, y los bates son a la medida. Agradecemos la donación porque nos coloca en mejor condición para desarrollar el trabajo”, comentó Miranda, a quien lo asiste otro estelar lanzador avileño y fundador del trabajo con niños, Manuel Álvarez, Camión.
Junto a Quesada, Álvarez impartió una clínica el día de la donación. Les enseñó las primeras nociones del agarre, los dedos sobre las costuras, la posición del codo y el hombro, ¡las piernas!, porque todo lanzamiento comienza en los pies. “No enseñamos a pitchear, porque los niños a estas edades no deben hacerlo. Lo primero es desarrollar en ellos aptitudes, la familiarización con el juego, para después llegar al deporte”.
Desde 2014, en una esquinita del Parque de la Ciudad que han defendido y cuidado con un sentido de pertenencia envidiable, Los Tigrecitos juegan, aprenden y sueñan con llegar al equipo Ciego de Ávila… o al Cuba. En este tiempo, no pocos han convertido esa afición en una vocación: casi 40, para ser exacta; seis han formado parte de preselecciones nacionales en las categorías menores y tres ya vistieron el uniforme de las cuatro letras internacionalmente.
Pero incluso sin esos resultados cuantificables, lo hecho por Miranda y Camión —y los aportes de glorias como Quesada—, en el proyecto Los Tigrecitos merecería todos los elogios y aportes posibles. No olvidemos que están sembrando con amor una de las más grandes pasiones de este país.