Tuvieron que transcurrir dos meses y 22 días hasta el fiestón colectivo del 5 de junio. Fue el tiempo suficiente para ilusionar a los seguidores avileños, quienes vieron cómo sus Tigres desbarataban los pronósticos y malos augurios.
Con paso estable y seguro, fueron capaces de adueñarse de la cima de la competencia que solo en contados instantes no ocuparon, desde que el 15 de marzo rompieran las hostilidades de la Tercera Liga Élite del béisbol cubano.
Alguien rememoró aquel punto de partida a la hora de darles la bienvenida a los flamantes campeones nacionales. Dany Miranda, ahora relajado y feliz, comandó las decisiones con la precisión de un experto cirujano para evitar las casualidades. En medio de vítores, ahora el pueblo lo aclama cuando recibe la distinción de Hijo Ilustre de la provincia, y el clamor sube de tono cuando Frederich Cepeda alza la de Hijo Adoptivo del territorio.
Uno por uno, ningún atleta, preparador o integrante del cuerpo de dirección escapa al homenaje. Todos suben a la tribuna, aunque los aplausos y reconocimientos sean insuficientes para devolverles las emociones que en su momento supieron prodigarle al terruño.
Ante el estadio en que tantos aplausos han recibido, vivieron un partido diferente. Recibieron el único batazo de vuelta completa que merecen: la gratitud de un pueblo que los lleva en el pecho, cual amuleto que derrota, entrada tras entrada, a los malos ratos y la desesperanza.