La rebeldía, antes y ahora

Imprimir

Ratio: 1 / 5

Inicio activadoInicio desactivadoInicio desactivadoInicio desactivadoInicio desactivado
 
Valoración:
( 1 Rating )

 

La rebeldía, antes y ahoraTomar por asalto la Historia un 26 de julio tendría que ser siempre un acto de estirpe poética porque, algún tiempo después, esa fecha habría de recordarse por su trascendencia, más que por el hecho en sí mismo. Por la conmoción que suscitó en los cubanos de 1953 y por la clarinada que significó —y significa— para los de 2023.

Setenta años de recordación y enseñanza, como si desde aquel mismo día se supiera que los cuarteles terminarían siendo escuelas y el mensaje iría apre(he)ndiéndose en cada generación, a mano de los protagonistas, de lo que hicieron entonces y dijeron luego; de lo que narraron los libros de texto y los ensayos que intentaban explicar, sin éxito, cómo un reducido grupo de rebeldes se adentraba en un cuartel armado hasta los dientes creyendo, no solo que vivirían para contarlo, sino que vivirían y triunfarían.

¿Cómo venerarlos en su justa medida si, a ratos, nos parecen kamikazes o demasiado inexpertos en el arte militar para, una vez, abortado el factor sorpresa, seguir batidos a unos 2000 kilómetros de la silla presidencial que pretendían tumbar?

¿Quiénes fueron aquellos “locos” y “locas” que se batieron así, y cómo un ataque frustrado acabó celebrándose con vítores y se instituyó un Día Nacional por decreto, por si la memoria escurridiza se olvidaba de los que serían libres o mártires? ¿Qué los radicalizó de tal modo, si otros contemporáneos seguían viviendo en “oprobio sumidos” y no se alzaban ni en el llano ni en la Sierra?

La Historia, siempre en espiral, nos aboca a esas respuestas cada julio, mientras el reposo de tiempo permite aquilatar, en su justa medida, los acontecimientos. Nos permite entender que el 26 de Julio fue más un acto premeditado e inevitable que una batalla apresurada por derrocar a la dictadura que antes había dado un golpe de Estado y les había hecho entender, acaso, que justo con un golpe similar podrían ellos tomar el poder.

Los “factores objetivos y subjetivos” no les señalaban a los rebeldes otro camino, aunque el alegato de su líder despejaría todas las dudas postreras: aquel no había sido un acto esencialmente belicista. El 26 de julio continuaba la gesta independentista, amparada en nuestro autor intelectual y urgida de alcanzar el “con todos y para el bien de todos”.

Por eso la autodefensa de Fidel sería, al mismo tiempo, el programa de la Revolución. Su denuncia de los seis problemas fundamentales que aquejaban al pueblo y otras reformas que consideraba necesarias, lo absolverían ante la Historia, aun cuando los jueces declararan culpable al líder indiscutible de un movimiento al que le celebramos la rebeldía cada julio.

Por eso también el mejor homenaje sería continuar pretendiendo una Cuba próspera, desafiando los viejos y los nuevos problemas mediante un programa que ya no tiene que ser antecedido de ataques o conspiraciones, porque otros muertos fueron ya mártires. Y aquí estamos, debiéndoles la sobrevida.

Setenta años después seguimos en deuda, rebelándonos contra lo que nos oprime; muestra histórica de que la rebeldía de antes sigue cultivada en el ahora.